Te presento un relato corto que ejemplariza la virtud de
la compasión, y ensalza la capacidad de los reflejos mentales para dar con una
rápida solución. Está basado en un relato didáctico y moralizante que escuché
hace muchos años que yo adopté y adapté para contársela de vez en cuando a mis
alumnos y discípulos. En su momento, a mediados del año 2014, lo escribí,
basado en mis recuerdos y adornándolo con mi imaginación, por lo que, como
otros, es un relato de mi autoría, aunque esté basado en otro antiguo.
* * * * *
Hubo una vez un hombre que,
agobiado por las exigencias de su existencia, decidió darse por vencido,
renunciando a su trabajo, a su familia… a su vida, y, por ello, se trasladó a
un bosque cercano con una recia soga en sus manos, con el pensamiento de
perderse en la espesura y allí acabar con su vida.
Bien adentrado en el bosque
halló un bello lugar, lleno de luz, con una mezcla vegetal realmente curiosa,
pues a pesar de ser un bosque de recios árboles, en aquel lugar había una
extraña mezcla de bambúes y helechos. Allí decidió acabar con su vida, pues sus
ojos percibirían una bella última imagen.
Cuando el desesperado hombre
estaba preparando la soga para ahorcarse, atándola a un tronco tras haberla
enlazado por encima de una gruesa rama, un anciano de larga barba blanca surgió
de entre la maraña vegetal que tenía ante sí.
-Hola. ¿Qué haces? –preguntó al sorprendido suicida.
-Acabar con mi vida –le
respondió con aprensión.
-¡Ah! Y ¿por qué?
-No intentes detenerme,
anciano.
-No pienso hacerlo, solo me
gustaría saber por qué.
El desesperado hombre se
sentó sobre la gran piedra que había empujado bajo la rama que había pensado
usar como cadalso, y sobre la que había pensado ponerse en pie para tensar la
cuerda y anudarla en su cuello antes de saltar al vacío, y comenzó a contar al
anciano su angustiosa situación.
Tras un buen rato de
atormentada explicación, el hombre preguntó:
-¿Podría darme una buena
razón para no darme por vencido? ¿Para no acabar con todo?.
El anciano suspiró y,
sonriendo, le indicó con su mano:
-Mira frente a ti ¿ves los
helechos y el bosquecito de bambú?
-Sí –respondió el infeliz.
-Hace años esto era un
extenso claro en el bosque, con mucha luz pero con escasa vida vegetal, tan
solo alguna solitaria mata, era un lugar despejado que necesitaba ser cubierto
de belleza, un lugar que parecía estar esperándome para ayudar al bosque a
cubrirlo de verde esplendor. Por ello, decidí sembrar helechos y bambúes por
todo el claro.
“Una vez sembradas las
esporas de helecho y las semillas de bambú las nutrí con agua durante un
tiempo, hasta que llegó la estación de las lluvias y ya no tuve que hacerlo.
Tras ello esperé a que las plantas crecieran, mes a mes, año a año.
“El helecho creció
rápidamente. Su verde brillante cubría el suelo, dando alegría a un claro yermo
hasta entonces. Pero, aunque nada salió de la semilla de bambú, no renuncié a
él, le di tiempo, agua y abono.
“El segundo año el helecho
creció aún más brillante y abundante. Pero nada creció de la semilla de bambú.
A pesar de ello seguí sin renunciar al bambú, y seguí cuidándole.
“En el tercer año el helecho
estaba esplendoroso, pero de la semilla de bambú nada seguía sin brotar. Pero
no renuncié al bambú, pacientemente continúe dándole tiempo y cuidados.
“En el cuarto año todo
seguía igual: maravilloso helecho, cada vez más abundante, pero ni un solo
signo de que la semilla de bambú hubiera fructificado. Pero no renuncié al
bambú.
“Por fin, el quinto año
pequeños brotes de bambú asomaron en la tierra. En comparación con el frondoso
helecho era aparentemente muy pequeño e insignificante.
“Pero el sexto año fue
glorioso, los tallos de bambú crecieron más de veinte metros de altura
sobresaliendo majestuosamente por entre la maraña de helechos de menos de tres
metros. El bambú se había pasado cinco años haciendo crecer sus raíces,
profundizando lo suficiente como para que después sostuvieran su enorme peso.
Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para
sobrevivir.
“¿Sabías que todo este
tiempo que has estado luchando, realmente lo que has hecho es echar raíces, y
hacer que crecieran? -agregó el anciano y continúo…- el bambú tiene un
propósito diferente al del helecho, sin embargo, ambos son necesarios para
hacer un lugar hermoso de un sitio que en su día era yermo.
“Nunca te arrepientas de un
solo día en tu vida; los buenos días te dan felicidad, los malos te dan
experiencia, y ambos son esenciales para la vida. La felicidad te mantiene
dulce. Los intentos te mantienen fuerte. Las penas te mantienen humano. Las
caídas te mantienen humilde. El éxito te mantiene brillante… Si no consigues lo
que anhelas a la primera, no desesperes… quizá sólo estés echando raíces”.
Tras estas palabras, de los ojos del hombre desesperado comenzaron a brotar las lágrimas, de su boca… sollozos, de su corazón… agradecimiento, de sus brazos… un estrecho abrazo, que el anciano aceptó de buen grado. Había salvado una vida… una vez más… con el convencimiento de que toda vida es preciosa, dando gracias a los cielos por haber decidido aquel día adentrarse en un bosque que no conocía a coger setas.
* * * * *
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